jueves, 3 de diciembre de 2009

La verdad oculta en la Basura

Mario Manzanares
El auto dio la vuelta hacia la izquierda, ya faltaban pocos metros para llegar a mi destino; por todo el camino se veía la basura lanzada a orilla de la carretera, haciendo caso omiso a los letreros prohibiendo el bote de la misma.
Al fin llegue a la entrada del vertedero. La vía que conduce desde Acarigua a Mijaguito está en buenas condiciones; la entrada al lugar está protegida por varios zamuros que hacen guardia para proteger su alimento, la carroña, como si llevaran el registro de los camiones que entran y salen, al igual que las de toneladas de basura que son depositadas en el lugar.
Avancé unos quinientos metros para llegar al corazón en donde las moscas te atosigan y los animales realengos carroñeros hacen de las suyas. El olor insoportable me abofeteaba la cara, el aroma de la escena que vivía era putrefacto, nunca antes lo había sentido. Mi estomago sintió el ataque cruel y las náuseas no se hicieron esperar.
Luego de varios minutos pude recuperarme y ambientarme al lugar, miré a mi alrededor, el paisaje era un contraste; el vertedero estaba en medio de un bosque que irradiaba frescura y esperanza, pero a la vez se mostraban toneladas de basura y el humo que se desprende por la quema de ésta nublaba casi todo el contorno.
Gente humilde que construye casa hechas de cartón, madera, tapas de zinc y cualquier otro material que consiguen en el lugar para refugiarse del sol y el calor reinante en el lugar.
Después de caminar y recorrer los botaderos, me encontré con un hombre con la piel reseca por el sol, su cara era de seriedad, con expresión de dolor y con unos ojos que manifestaban tristeza y mucho rabía.
Debo confesar que aquello que mis ojos veían, me dio tristeza y rabia a la vez, de ver venezolanos sumergidos entre la basura en busca de que llevar para su casa, no se puede entender y tolerar que en este país aún se consigan personas en la más triste situación de abandono.
Converse con muchos de los que allí trabajan, “aquí no tenemos jefes, pero trabaja el que quiere comer al día”, se dejo escuchar una voz que salía de la penumbra de un rancho; esa es la pobre realidad de estas almas que luchan por un bienestar mejor.
Historias que van y vienen podemos encontrar en el vertedero de basura de Páez, desde desintegración familiar, drogadicción, soledad, prostitución y tantos otros que duelen hasta mencionarlos.
Me acerque al centro del botadero principal, ya mi nariz se había adaptado al olor, sentía que mis pies se quemaban, mis Nice blancos habían cambiado de color, los recolectores removían desperdicios al caminar y se desprendían fuertes aromas.
Todo lo que llega en los camiones es peleado por los basureros, desde un sweater roto hasta por un pedazo de cartón o aluminio, así con un saco en una mano y con la otra moviendo la basura en busca del sustento para el hogar.
La curiosidad crecía en mí más y mas, mis ojos captaron una escena que no lo podía creer; estaba presenciando, garzas grandes y blancas como la bruma del mar entre la basura y otras revoleteaban en el cielo tapado por el humo que se desprendía de la quema de los desechos sólidos.
Alcé la mirada, presentí estar en una playa, mi cara sentía el fresco del bosque en un día un poco nublado, donde vi las gaviotas haciendo malabares en el aire y de repente mi sueño se desvaneció al ver las palmípedas venirse a pique a los montones de basura y verlas paradas allí. Al lado de la gente peleando como uno más en busca de un bocado de comida para saciar el hambre.
Es inhumano llevar la vida en el Vertedero de Mijaguito, niños, adolescentes, viejos aquí no tienen sueños, ni esperanzas, ni metas, solo tienen como objetivo encontrar comida y satisfacer a su organismo y su forma de vivir.
Los más viejos, padres de familias solo piensan en llevar alimento a su casa, si es que la tiene, para que sus pequeños hijos no mueran de hambre; no importa la condición de ese alimento, lo esencial es la supervivencia.

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